Reflexiones en torno a Philip Roth

Según Philip Roth (EEUU, 1933) no hay esperanza. Esta vida, tal y como se nos presenta, no deja cabida a la esperanza. Estoy vacío por los sueños traicionados y las personas que desaparecieron, llegó a decir en una entrevista cuando le preguntaron por su obsesión por la muerte. Yo diría que la desesperanza y el humor ácido son la clave de sus libros, la marca que le hace incomparable. Leer un libro suyo te deja agotado pero con ganas de más, te hace reír, odiar y entender por qué es el eterno candidato al premio Nobel: no existe escritor actual capaz de mover los cimientos de una sociedad como él lo hace. Es transgresor con su monólogo íntimo; irónico, ácido, natural e ingenioso con sus diálogos (La lección de anatomía contiene los mejores diálogos que jamás haya leído); crítico con sus libros ambientados en una determinada época política; y duro porque ninguna de sus novelas te permite cerrar el libro con una sonrisa en la cara.

Philip Roth representa, para mi gusto, el tipo de literatura que debe existir. Estoy cansado de entrar en una librería con paredes infestadas de libros para matar el tiempo, libros que contienen historias que no representan nada, ni dicen nada, ni te provocan la más mínima sensación. El 90% de los libros que se venden sobran porque dentro del 10% restante hay un 5% que reproduce exactamente ese 90%. Historias bonitas con final feliz, historias tristes con final de llanto, historias vacías de mil páginas e historias copiadas de otras historias ya escritas. Esos libros pretenden transformar lo cotidiano en una historia de interés. Y no hablo al tuntún, sólo es necesario voltear los libros de “novedades” para empezar a leer cosas como: María es una mujer viuda que acababa de perder a su hijo. Tras unos años de depresión descubrirá, gracias a su psiquiatra, que su hijo sigue presente en todos y cada uno de los pequeños detalles de la vida. // Rubén y Laura son dos jóvenes enamorados separados por la distancia. Él vive en Japón y ella en Italia. Moverán cielo y tierra para encontrarse. // Cristóbal estaba solo, o al menos eso pensaba hasta que un día, cuando iba  cruzar la calle, una ráfaga de aire le recordó aquellos viejos momentos.

Si quieres una historia de amor, lee El Museo de la Inocencia; si quieres una historia triste, lee La sombra del ciprés es alargada; si quieres una historia de amistad, lee Campo de amapolas blancas; si quieres guerra, ahí está el desconocido Denis Johnson esperando a que te atrevas con su Árbol de humo; si quieres novela histórica, lee Guerra y Paz ;si quieres saber lo que es sufrir, lee Los Miserables. Pero si lo que quieres es leer la típica historia de amor, de tristeza o de amistad, por poner unos ejemplos, entra en la primera librería que veas y escoge al azar el primer libro que encuentres en «novedades», por un módico precio de veinte euros tendrás papel con el que limpiar el suelo cuando tras su lectura vomites.

A Philip Roth nunca le he visto en «novedades». Ignoro si en España son muchos los lectores que le leen, o si son muchos los lectores que le conocen pero no le leen, o si es un completo desconocido… me da igual. En España somos malos lectores porque consentimos que gente como Nuria Roca (presentadora TV, o eso dice), Dani Martín (actor, cantante, escritor, guapo… todo un fichaje), Boris Izaguirre (…) o Ana García-Siñeriz (periodista, presentadora y madre que considera necesario escribirnos sus experiencias) publiquen sus pensamientos. Si es que ya lo dice Philip Roth, no podemos tener esperanza en el mundo.

Todo esto me ha recordado a un libro suyo (Zuckerman desencadenado) en el que Zuckerman – uno de sus dos alter ego, el otro es David Kepesh – tiene que huir de un pésimo escritor novel. En esa novela Zuckerman hace de un escritor al que las críticas le han obligado a recluirse en un pequeño apartamento. Ese argumento tiene bastante de autobiográfico ya que Philip Roth, tras la publicación de El mal de Portnoy (1969), tuvo que desaparecer de la escena al recibir una avalancha de críticas por parte de judíos (le etiquetaban de antisemita) y de la sociedad en general (se consideraba que el libro era pornográfico, supongo que por escribir polla, coño, follar y eyaculación, si no no se entiende. De todos modos, ¿qué pasa si es pornográfico?, ¿acaso la historia que narra no necesita de esos términos?). Lo más curioso de todo es que ese libro ahora está considerado como una de sus novelas claves… ¿hay lugar para la esperanza?

Philip Roth ha recibido críticas prácticamente con cada libro nuevo publicado, sin embargo, es considerado el mejor escritor estadounidense y uno de los mejores escritores del mundo. Ha conseguido ser publicado en vida por la colección Library of America, la máxima distinción que puede recibir un escritor en Estados Unidos. Sólo le falta conquistar el Nobel de Literatura, y estoy casi seguro que de aquí a unos años por fin se lo darán.

Por desgracia, Philip Roth se hace mayor y en algún momento morirá. La gran mayoría de los escritores que me gustan están muertos o les queda poco de vida. Pero tengo la esperanza, esta vez sí, de que venga una nueva generación de escritores malditos que interpreten la realidad y no me la cuenten, porque que el cielo es azul ya lo sé yo, y que se llora cuando se está triste también. Necesitamos escritores que rompan con lo establecido, que siembren la duda para recolectar las respuestas, que su lectura no esté hecha para pusilánimes y que con sólo una frase puedan ponerte los pelos de punta.

Entre Marx y una mujer desnuda

Descubrí Entre Marx y una mujer desnuda en la librería-tienda del Palacio Nacional de México D.F. Ese título tan llamativo no pasó desapercibido ante mis ojos, así que paré y le eché una ojeada. En la contracubierta pude leer: Nadie que lea Entre Marx y una mujer desnuda (el desgarramiento del hombre contemporáneo entre su sociedad y su individualismo) es capaz de permanecer indiferente. Con semejante incitación a su lectura era imposible que no acabase por comprarme el libro; pero no fue en aquella tienda (su precio era demasiado alto para un estudiante), sino en una librería de segunda mano en la que los libros, aparentemente descolocados, se amontonaban unos encima de otros, soportaban el polvo, el paso del tiempo y la indiferencia de algunos lectores.

El escritor, poeta, político y ensayista Jorge Enrique Adoum (1929 – 2009, Ecuador) ofrece un texto fuera de lo común. Se permite el lujo de utilizar el lenguaje como mejor le plazca para que “suene” mejor. Los capítulos están descolocados pero mantiene cierto sentido leer el libro de la forma tradicional (y así lo quiso el autor). Frases inacabadas esperando que un atento lector las acabe de escribir, historias que no vienen al caso, frases introducidas donde menos te lo imaginas, inicio de capítulos con minúscula, cambio de tipografía y tamaño de letra… en conclusión: leer el libro se convierte en una ardua tarea. Necesitas los cinco sentidos y una profunda concentración para no escapar a los detalles.

Es un libro que pretende hacer al lector partícipe del proceso de creación, introducirle entre líneas, despistarle y hacerle reflexionar. Yo no lo acabé. Me quedé a sesenta páginas del final y decidí dejarlo. No por nada, sencillamente me apeteció hacerlo y pensé que el libro me lo estaba pidiendo. Llegó un momento en que el “no-argumento” era tan caótico que me dieron ganas de tirar el libro por la ventana. No entendía nada y a la vez creía que el no entender formaba parte de la lectura. No lo sé. Las doscientas diez páginas que leí me gustaron, sobre todo las partes que trataban el proceso de creación literaria.

En la contraportada se dice que el lector tras haber acabado de leer el libro sentirá que una parte de él se ha quedado allí. No sé si es porque yo no lo he acabado y no puedo tener una visión global, pero me sucede justo lo contrario: después de haberlo leído detenidamente, fijándome en todos y cada uno de los detalles, apuntado las reflexiones que me gustaban, tengo la sensación de que se me ha quedado mucho del libro por el camino. No he dejado una parte de mí, sino que el libro tiene tanto contenido que tendré que leerlo un par de veces más (y acabarlo) para sacar aún más provecho de sus páginas.

Es un texto que, pese a ser de difícil lectura, resulta agradable leerlo. Cuando entiendes lo que está escrito lo sientes como un premio que te incita a seguir leyendo. Sin embargo, hacia el final, no sé si porque la concentración ya dice “¡basta!”, las páginas se transforman en cuestas interminables difíciles de caminar. Algún día, cuando tenga más tiempo y menos que leer, me permitiré el lujo de detenerme de nuevo en este magnífico libro.

Portico Quartet

Pese a no ser muy amigo del jazz moderno, hace un tiempo di con un grupo que me enganchó por completo a su música. Cuatro amigos londinenses, unidos por los mismos gustos musicales (Steve Reich, the Cinematic Orchestra, Radiohead, Toumani Diabaté y el jazz clásico) decidieron, en el año 2005 y con veintitantos años, formar un grupo donde materializar sus inquietudes musicales. El resultado fue Portico Quartet, un grupo incomparable, fresco, donde las melodías parecen fluir sin dificultad alguna y el toque electrónico está elegido y colocado con mimo, sin abusos y con estilo. El hang (instrumento de percusión inventado en el año 2000) tiene un papel central en el grupo, no por realizar largos solos como era habitual en el jazz clásico, sino porque su sonido repetitivo y metálico te hipnotiza hasta tal punto que acaba por sumergirte por completo en su melodía.  Por encima de él, el saxo interpreta unas melodías que pueden ser suaves y lentas o auténticas virguerías que en ocasiones pueden resultar hasta molestas. Pero en conjunto, en grupo, consiguen que el producto sea una perfecta obra musical.

Portico Quartet en directo. London Barbican.

Su primer disco Knee- deep in The North Sea (2007) fue merecedor del Mercury Prize y elegido como el mejor disco de jazz de 2007 por la revista Time Out.

Pasados dos años, y con una moderada fama, publicaron dos discos: Isla y Black and White Sessions.

El cuarto disco, de nombre Portico Quartet, lanzado el 30 de enero de 2012, rompe con lo anterior y lleva a la banda en busca de lo experimental, de la creación como único camino de satisfacción personal. El hang pierde protagonismo y es la música en su conjunto la que sobresale. Introducen la voz femenina en uno de los temas, cosa que no me llega a convencer del todo, y la electrónica está más presente que nunca, además de experimentar con otros sonidos e instrumentos. No es tan melódico como los anteriores, aunque sigue siendo de fácil escucha para tratarse de nujazz. Lo veo como más ambiental y con un cierto toque oriental; esto último supongo que será algo muy personal.

Como aperitivo aquí va mi tema preferido, Zavodovski Island.

Las hijas de Víctor Hugo

Estaba tardando en escribir una entrada sobre el autor de uno de los mejores libros que he leído: Los Miserables, de Víctor Hugo.

Podría escribir sobre otros autores cuyos libros me han impactado más, pero es la historia de las hijas de Víctor Hugo la que me lleva a dedicarle unas líneas.

Francés, nacido el 26 de febrero de 1802 y fallecido el 22 de mayo de 1885. Escritor de mente turbulenta, romántico, poeta, político reformista, dramaturgo, intelectual respetado y admirado…Rudo, serio y vigoroso; su físico no encaja con la sensibilidad de sus novelas y poemas.  El ritmo de su vida, dedicada a la política, siempre estuvo marcado por sus libros, discursos y poemas. Aclamado por el público, político humano (y no por ello irracional), apoyado por el pueblo cuando Napoleón III cayó y pudo regresar de su exilio, elegido diputado para posteriormente desencantarse de la política. Por sus venas corría el romanticismo francés, las calles, los cafés, las discusiones de política, los desgraciados, los olvidados…Justo y humano, observador , supo representar la sociedad de su época a través de personajes conmovedores – como el bueno de Jean Valjean – ,y agradables historias como la narrada en Nuestra Señora de París.

Su vida, salpicada por las injusticias sociales y la tensión de la política, tuvo dos momentos cruciales: el fallecimiento de su hija, Léopoldine, y el desequilibrio mental de Adéle.

Léopoldine murió en 1843.  No había pasado ni medio año desde su boda cuando un paseo en bote por el Sena acabó con su vida. Se cayó al agua y, pese a los intentos de su marido por ayudarla, murió ahogada. Me contaron un día que su marido al no poder hacer nada se tiró por la borda y se ahogó con ella. Ignoro si es cierto, aunque  me parece que tiene bastante sentido.

Víctor Hugo quedó profundamente marcado por esa desgracia, dedicando por ello muchos poemas a su fallecida hija (el cuarto libro de Les Contemplations). El más conocido es Demain, dès l’aube

Demain, dès l’aube

Demain, dès l’aube, à l’heure où blanchit la campagne,
Je partirai. Vois-tu, je sais que tu m’attends.
J’irai par la forêt, j’irai par la montagne.
Je ne puis demeurer loin de toi plus longtemps.
Je marcherai les yeux fixés sur mes pensées,
Sans rien voir au dehors, sans entendre aucun bruit,
Seul, inconnu, le dos courbé, les mains croisées,
Triste, et le jour pour moi sera comme la nuit.
Je ne regarderai ni l’or du soir qui tombe,
Ni les voiles au loin descendant vers Harfleur,
Et quand j’arriverai, je mettrai sur ta tombe
Un bouquet de houx vert et de bruyère en fleur.

Mañana, al alba

Mañana, al alba, al tiempo que en los campos aclara,
partiré. Ya lo ves, yo sé que tú me esperas.
Caminaré los bosques, las montañas severas.
Ya no resisto el tiempo que de ti me separa.
 Andaré, pensativo, puesta en ti la mirada,
sin oír lo que llama, sin ver lo que fulgura, 
solo, oscuro, encorvado, con las manos cruzadas,
triste, y para mí el día será la noche oscura.
 No miraré ni el oro que la tarde derrumba
ni las velas que al puerto van con lejano amor.
Y cuando haya llegado pondré sobre tu tumba
ramos verdes de acebo y de brezos en flor.

 Traducción de Alejandro Bekes

Adèle no falleció pero tuvo peor suerte. Enamorada hasta la obsesión de un militar francés, le siguió por medio mundo pese a no ser un amor correspondido. Cambió de nombre, mintió a sus padres acerca de su rechazo, se declaró una y mil veces hasta que el militar se casó con otra mujer. Amargada y deprimida acabó viviendo aislada sin que sus padres supieran donde, hasta que una mujer, al darse cuenta de quien era Adèle, se puso en contacto con Víctor Hugo. Murió a los 85 años de edad en un asilo, sola y loca.

Eva y Adán

Y Dios creó a la mujer, a su imagen y semejanza creó Dios a la mujer. Y salió Eva de entre el barro, y escupió sobre él sin saber que ese barro la mancharía por los siglos de los siglos. Y después tocó su cuerpo bello y perfilado ignorando que sus suaves manos en lija se convertirían. Y sintió su pelo sobre la espalda, esa que doblaría hasta el fin de la humanidad. Y agarró sus senos con ternura sin saber que de ellos mamarían los hijos malditos de la Historia.Y Eva, entonces, miró hacia el cielo azul: lo imaginó infinito y lo percibió límpido. Horas más tarde lo volvió a mirar y una estrella fugaz cruzó de un lado a otro dejando una estela blanquecina. Eva sonrió y pidió un deseo. Después durmió bajo un árbol.

A la mañana siguiente, Eva, se despertó con un fuerte dolor en uno de sus costados. Se palpó con cautela pues desconocía qué era el dolor, y ese malestar aumentó. Buscaron sus ojos la fuente de aquella extraña sensación, pero ni herida ni rotura encontraron. La pobre Eva, entendiendo por primera vez qué era el dolor, se inclinó apoyando sus pulcros codos sobre la fresca y verde hierba que había bajo el árbol, y analizando más en detalle el lugar de donde manaba la intensidad del dolor, susurró – seguido de una indicación con el dedo índice – un me duele aquí que entristeció hasta a la serpiente que siseaba a su vera. Pero, lejos de lo que ella pensaba, el punto que tocó se encontraba vacío, y es que una costilla a Eva le faltaba.

De repente, de entre la maleza, apareció un hombre desnudo con un pequeño y sucio cerdo bajo el brazo.

– ¿Quién eres tú? – preguntó Eva asustada.

– Adán – contestó aquel fornido hombre.

– ¿Y qué haces aquí?

– Cazar – respondió Adán señalando al puerco que agarraba con el brazo.

– ¿Y de dónde has salido? – preguntó Eva sorprendida. Y es que no era para menos puesto que sus ojos nunca había visto a un hombre.

– Creo que de ahí – contestó Adán indicando con su dedo el pecho de Eva.

Así que Eva entendió por qué le dolía el costado. Adán, el hombre que iba a compartir aquel hermoso paraje con ella, había nacido de una de sus costillas, cumpliéndose así el deseo que ella pidió la noche anterior: la compañía.

– Prepara fuego – dijo Adán a la par que lanzaba el cerdo a la sombra de Eva. Después añadió: – prepara fuego y cocina el cerdo que he cazado. Yo voy a crear instrumentos para poder cazar animales más grandes.

– ¿Para qué queremos animales más grandes? – preguntó inocentemente Eva mientras buscaba palos y yesca con los que encender fuego.

– Para comer más – contestó secamente Adán.

– Pero con un cerdo tenemos más que suficiente; además – dijo Eva alegremente y señalando a su alrededor – mira todos los frutos que hay a nuestro alcance. Podemos vivir comiendo esos frutos y de vez en cuando saciar nuestra gula sirviéndonos un gorrino.

Adán, sin escuchar las palabras de Eva, corrió hasta un claro donde la madera abundaba y las armas parecían estar ya fabricadas.

No acabó de reunir unas cuantas lanzas y alguna que otra piedra cuando Eva, al grito de ya está la comida, llamó a Adán. Comieron gustosos bajo la sombra del frondoso árbol la comida que Adán había cazado y Eva cocinado. Después, cuando todavía tenían los labios manchados de grasa y la tripa hinchada, se acurrucaron como dos ovillos entrelazados.

–¿Qué es eso que te cuelga, Adán? – preguntó Eva señalando el pene del joven Adán.

–¿El qué?

– Eso que te cuelga de entre las piernas. Yo no lo tengo.

Adán comparó ambas entrepiernas y dijo:

– Pues no lo sé. El cerdo también lo tenía.

– ¡Mira! – exclamó Eva – se está moviendo.

Y era verdad: el pene de Adán se movía con asombrosa facilidad y acabó por aumentar cuantiosamente su tamaño.

Eva miró con una mezcla de deseo y curiosidad aquel pene, y Adán, preso de una fuerte excitación tomó a Eva entre sus brazos y la besó. Bajo la sombra del árbol y saciados de carne, Eva y Adán juntaron sus cuerpos. Y así fue como dos seres humanos, por primera vez, disfrutaron de sus cuerpos bajo la atenta mirada de un tercero.

Bien es sabido que el ejercicio produce fatiga y más si éste se realiza después de haber engullido un cochino. Así que, Eva y Adán, durmieron abrazados soñando con su nuevo compañero.

Adán se despertó cuando el Sol todavía estaba alto sobre el horizonte. Fijó su mirada en un árbol que, a simple vista, parecía imponerse al resto en altitud y en fácil escalada. Se acercó a él y trepó hasta su copa. Desde allí podía observar el vasto campo donde vivían y el cerco que los mantenía aislados del exterior. Juntó unos cuantos maderos, y con maña más que fuerza fabricó una escalera. Así, se dijo, la próxima vez que quiera subir, me costará menos esfuerzo. Adán montó tanto alboroto al acabar su pequeña obra que Eva se despertó sobresaltada pensando que su inquieto amado se encontraba en apuros. Corrió hasta el árbol y jadeando preguntó:

– ¿Por qué gritas Adán?

– ¡No grito! – gritó eufórico –. Mira lo que he construido para subir al árbol.

– ¿Y para qué quieres eso si puedes subir trepando?

– Porque así tardo menos, Eva.

Eva quiso preguntar que para qué quería tardar menos en subir un árbol, total, tenían todo el día, todo el tiempo que desearan para practicar lo que a ellos les viniera en gana: subir árboles, coger frutos, comer cerdos, hablar con la serpiente que pululaba cerca del árbol, hablar, quererse…Pero no quiso parecer corta de mente y esperó a que Adán dijera algo que le acercase a la respuesta de su pregunta. Y Adán, como no, tardó escasos segundos en explicar el objetivo de su pequeña gran obra.

– Desde aquí podré vigilar nuestro territorio; así ningún intruso entrará sin que nosotros queramos.

– Pero Adán – dijo Eva intentado parecer comprensible –, es que en “nuestro territorio” ya viven más animales. Está la…

– Me refiero a intrusos como nosotros – interrumpió Adán –. Intrusos que quieran venir a nuestro territorio.

– ¿Y qué más da que vengan? – preguntó la inocente de Eva –. Así seremos más y lo pasaremos mejor.

– ¡No! –gritó enloquecido Adán –.Debemos proteger lo que es nuestro. Si vienen más nos quedaremos sin cerdos y no tendremos comida.

– Hay cerdos Adán…muchos cerdos, por compartirlos nada va a pasar.

Adán no escuchó las sabias palabras de Eva y se quedó pensativo analizando el muro que les separaba del exterior.

Las mañanas las dedicaban a recolectar y cazar: mientras Eva recogía los frutos de los cercanos arbustos, Adán, con lanza en mano, iba en busca de los indefensos cerdos. Comían bajo la sombra del manzano y después dormían hasta dejar de sentirse llenos. Por la tarde, paseaban cogidos de la mano y hablaban, como cualquier pareja, sobre sus proyectos de futuro.

Un buen día, después de comer, Adán decidió dejar a Eva dormir en soledad para poder analizar, más en detalle, aquel muro que les separaba del exterior. Le preocupaba en exceso el que unos intrusos pudieran saltarlo para robar los cerdos. Subió a su árbol de vigilancia y pasó la tarde entera pensando en cómo hacer para evitar el asalto. Cuando comenzó a caer la noche, Eva decidió ir en busca de su amado. Estaba preocupada por si se había hecho daño cazando algún cerdo o creando nuevas armas para cazar. Pero es bien conocido que Eva no encontró a Adán devorado por los cerdos o herido por sus propias armas, sino armado de paciencia levantado un muro más alto.

– ¡Adán! – gritó Eva -. ¿Qué haces ahí arriba?

– Elevar este muro. Así ya no podrán pasar.

– ¿Quién?

– Los intrusos.

– Pero si no hay intrusos. ¡Anda!, déjalo y disfrutemos de este paraíso.

– Este paraíso no es un paraíso – dijo Adán recalcando la palabra paraíso –, si no me siento seguro dentro de él.

Será mejor que le deje hacer lo que quiera, pensó Eva, levantar un poco más el muro no nos hará ningún mal.

La obra le llevó a Adán dos semanas. Ahora, ningún hombre podría entrar a su terreno a no ser que llevara una escalera como la suya, cosa improbable, según él, puesto que era su invento.

Los días transcurrieron sin apenas incidentes. La elevación del muro trajo a Adán tranquilidad y seguridad, provocando, a su vez, una mayor atención hacia Eva. Por supuesto, Eva, pese a no sentirse cómoda con un muro tan alto, aceptó la obra al sentirse más querida en tanto en cuanto el muro ascendía. Pero los paraísos sentimentales no son eternos, y éste lo demostró por primera vez en la Historia.

No pasó un mes desde la construcción del muro, cuando en la cabeza de Adán una preocupación empezó a fraguarse.

– ¿En qué piensas todo el día? –preguntó Eva tras una copiosa comida.

– En nada – contestó Adán fríamente mientras observaba su muro a lo lejos.

– A mi no me engañas. Ya no disfrutas cazando cerdos y has dejado de afilar tus armas. Algo te pasa, dime qué es.

– Observo a los animales – dijo Adán señalando un grupo de cerdos retozar cerca de un arbusto -. Ellos tienen lugares donde esconderse.

– ¿Y qué?

– Que nosotros no. Dormimos bajo la sombra de este árbol.

– ¿Para qué queremos tener otro lugar? Este está bien.

– Pero ellos se esconden por la noche…les he visto.

– No sé, Adán. Si quieres podemos buscar un sitio donde escondernos, aunque se está muy bien en este lugar: la hierba es verde y fresca, tenemos el manantial cerca, tu árbol… además, desde aquí puedes vigilar tu muro – dijo Eva intentando persuadir a Adán de su nueva labor.

– ¡No! –gritó Adán -. ¡Quiero un lugar donde esconderme!

– De acuerdo, empieza mañana – susurró Eva bostezando – ahora durmamos.

– Empezaré ahora. Así, cuando amanezca, tendremos donde escondernos.

– Vale, vale…como quieras.

Eva se acomodó bajo el árbol y Adán comenzó a trazar su nuevo plan. Haría un refugio con troncos de árbol tan alto como el doble de su cuerpo. Cuando empezó a talar el primer árbol, un hombre de mediana estatura, pelo blanco y barba de varios años, apareció de entre unos arbustos cercanos.

– ¿Se puede saber qué haces Adán? – preguntó aquel extraño hombre.

Adán se sobresaltó y a punto estuvo de lanzar una piedra contra el viejo intruso. Sin embargo, la curiosidad por saber cómo había sobrepasado su muro pudo más que el instinto de supervivencia.

– ¿Quién es usted? – preguntó – ¿Cómo ha conseguido saltar mi muro? ¿Cómo sabe mi nombre?

– Adán, Adán…eres más tonto de lo que yo pensaba. Suelta esa piedra y escucha mis palabras.

El pobre de Adán estaba confundido, así que calló y esperó a que el hombre dijera algo.

–Yo soy Dios. Soy el que te ha creado a partir de una costilla de Eva. A ella la creé a partir del barro del suelo. Creé todo lo que hay a tu alrededor, desde el agua hasta los árboles, desde los granos de arena hasta los animales.

– ¿Los cerdos también?

– ¡Por favor, Adán! – gritó Dios – ¡compórtate y haz preguntas más serias!

– Vale…disculpe.

– No tiene importancia. Como te iba diciendo, yo he creado todo para vosotros, para que viváis en armonía con la naturaleza, felices y sin preocupaciones.

– ¿Y por qué?

– ¿Qué quieres decir?

– Que por qué se molestó en crearnos, y en crear todo esto – preguntó Adán señalando a su alrededor.

– Pues…quizá…- susurró Dios – ¡no lo sé! Te he creado y no hay más discusión acerca del tema.

– ¿Y cuánto tardó en hacer todo? Lo digo porque yo estuve dos semanas para mejorar el muro que dejó a medias.

– ¡No dejé ningún muro a medias! Ese muro no sirve para nada. Estáis solos.

Adán sonrió irónicamente. Dios parecía engañarle, o, lo que es peor, quería gastarle una broma.

– Escucha Adán – dijo Dios – he venido sólo para decirte que puedes hacer lo que quieras. Si quieres cazar, caza; si quieres dormir, duerme; si quieres levantar el muro, levántalo; si quieres hacer una casa, fabrícala. Pero también te digo otra cosa: no comas, bajo ningún concepto, del fruto que da el árbol bajo el que dormís.

– ¿Se refiere al fruto rojo?

– Si. Es un manzano.

– Pensábamos que era malo para nosotros. Eva un día quiso comer, pero al verlo de un color tan llamativo decidió dejarlo en su sitio.

– Eva es una mujer inteligente, mejor sería para ti que la hicieses más caso.

– Una última pregunta, Dios.

– Dime Adán.

– ¿Por qué no podemos comer de ese árbol?

– Porque es mío.

– Entonces, ¿para qué lo puso aquí?

– Adán…mi querido Adán – dijo Dios con voz tierna, como la de un padre – haces preguntas de idiota. Escucha mis palabras: haz lo que quieras, pero no comas del árbol. ¿De acuerdo?

– De acuerdo.

Dios desapareció tal y como había llegado: haciéndose hueco entre los arbustos. Pero, a pocos metros, se quedó enganchado con una rama y Adán tuvo que ayudarle a liberarse de ella.

Adán trabajó duro toda la noche. Sin embargo, pese a estar alienado por un trabajo absurdo como es el hacer una casa en un paraíso, su mente recorría una y otra vez las palabras de Dios: haz lo que quieras, pero no comas del árbol. ¿Por qué ese árbol estaba prohibido? ¿Y por qué estaba prohibido si no era venenoso? La escasa lucidez de Adán no le permitió reflexionar más acerca del tema, así que, imitando prematuramente a sus descendientes, se dejó llevar por sus instintos más estúpidos y caminó con prisa hacia el árbol prohibido. Bajo el árbol se encontraba Eva, dormida, totalmente desnuda y con el cabello extendido sobre la hierba; su belleza destacaba sobre el entorno. Adán tuvo tentaciones de despertarla para ver juntos el amanecer, pero el ansia por conseguir aquello que todavía no había poseído pudo con él. Sonriente pero inquieto, alzó la mano hasta agarrar con fuerza una de las manzanas del árbol. Tiró de ella hasta que se desprendió de aquel dichoso árbol y, tras observarla con detenimiento, pegó un bocado y masticó. El jugo comenzó a manar de las entrañas de la manzana y Adán, emocionado, comió y comió hasta devorarla por completo. Cuando acabó, cogió otra, y después otra. Cuando su hambre ya estaba saciada, se acomodó bajo el árbol y durmió profundamente.

Eva abrió los ojos una hora después de que Adán comiese la fruta prohibida. Al observar los restos de las manzanas, pensó que Adán estaba muerto por haber ingerido el veneno del árbol.

– ¡Adán! – gritó – ¡Adán!

Adán se despertó y dijo:

– ¿Qué pasa?

– ¿Has comido del árbol? ¿Estás bien?

– Sí – exclamó Adán – He comido.

– ¿Y estás bien?

– No he estado tan bien nunca. Su sabor es dulce, su textura suave… ¡y refresca! Deberías probarla.

– ¿No me pasará nada? – preguntó la ingenua de Eva a la vez que cogía una manzana del árbol.

– No.

Eva pegó un bocado a la manzana y sonrió a Adán.

– Está muy bueno el fruto.

– Son manzanas – dijo Adán.

– ¿Cómo?

– Manzanas…o al menos eso me dijo Dios.

– ¿Quién?

– Dios; es el hombre que ha hecho todo esto. Mientras yo hacía nuestro refugio apareció de entre los arbustos y me dijo que él había fabricado, con sus propias manos, este paraíso.

– ¿Alguien como nosotros?

– Parecido…

No terminó Adán la frase cuando atisbó a Dios a escasos metros del árbol. Estaba de pie, apoyado sobre un bastón y con la mirada puesta en la solitaria pareja.

– ¿Quién ha comido de mi manzano? –preguntó con voz grave.

– No hemos comido del árbol – contestó Adán – tan sólo hemos cogido una manzana para observarla.

– Eres demasiado tonto Adán… ¡demasiado!

– ¿Quién es usted? – preguntó Eva.

– Es el hombre del que te he hablado – contestó Adán.

– Soy Dios – dijo Dios omitiendo las palabras de Adán.

– ¿Quién?

– Soy el creador de todo cuanto puedes ver – respondió Dios. Después añadió – y habéis desobedecido la única norma.

– ¿Cuál? – preguntó Eva ignorando de qué hablaba Dios.

– Eva – dijo Dios – mi querida Eva. Te creé ingenua porque no habría ser vivo en este paraíso que pudiera perjudicarte. Pero tu ingenuidad te llevó a pedir un deseo, el deseo de la compañía, y, consiguiendo la compañía, conseguiste también tu ruina. Adán es producto de tu costilla, y como producto no es más que un trozo de hueso.

– Pero yo quiero a Adán – dijo Eva – me gusta su compañía.

– ¡Tú qué sabrás! – gritó Dios – cada vez eres más ingenua. Como castigo os obligo a abandonar el paraíso. Vagaréis por el mundo buscando comida, agua y refugio. Procrearéis y vuestros hijos nacerán en un mundo hostil donde la única forma de sobrevivir será enfrentándose a los semejantes. Haré a los hombres violentos y con pocas miras, como es Adán, y las mujeres serán como tú, ingenuas y serviciales. Ese es vuestro castigo.

– Por favor, no haga eso –dijo Eva – fui yo la que comí del manzano. ¿Mi sinceridad no paga el castigo?

– Aunque aprecio tu sinceridad, el castigo será igual de duro para vosotros. Sin embargo, daré una oportunidad a la humanidad: una minoría de mujeres y hombres lucharán por cambiar el mundo que la mayoría habrá creado.

– Pero…- replicó Adán.

– ¿Pero?… ¡nada! Ya está todo dicho.

Dios chasqueó los dedos y en menos de un segundo Eva y Adán se encontraban fuera del paraíso. Primero observaron el vasto desierto que se extendía en torno suyo, y después se abrazaron para consolarse mutuamente.

– Tranquila –dijo Adán – podremos volver sin que Él se entere.

– ¿Cómo? Construiste un muro demasiado alto para saltarlo. Caminemos.

¿Por qué nadie recuerda a Tagüeña? Testimonio de dos guerras

Manuel Tagüeña Lacorte (Madrid, 1913 – México, 1971) fue físico, médico y comandante militar durante la Guerra Cilvil Española y Segunda Guerra Mundial. Su vida, ya relegada al olvido, quedó plasmada en su libro de memorias Testimonio de dos guerras.

Empecé a saber de él después de una conferencia sobre la Ciencia durante la II República, la Guerra Civil y el franquismo, impartida por el profesor Francisco de Asís González Redondo. Fue interesante descubrir que por la carrera de Ciencias Físicas (en su día Ciencias Físico-Matemáticas) había pasado no sólo un brillante físico sino un combatiente antifascista y comunista que ofreció su vida para luchar por lo que creía una causa justa.

Tras la Guerra Civil, y después de desempeñar puestos de gran relevancia para su temprana edad, tuvo que exiliarse con su mujer a la URSS. Allí primero fue alumno y luego profesor de la Academia Militar Frunze de Moscú. Tiempo después se trasladó a la antigua Yugoslavia donde fue asesor del Mariscal Tito. Años después, residió en Checoslovaquia dedicándose a dar clases de Física en la facultad de Medicina (mismo lugar donde más tarde estudiaría Medicina). Por último, se fue a vivir a México al discrepar de la política de Stalin.

En México vivió con su mujer y sus dos hijas una vida tranquila hasta que murió en 1971. Ahora está enterrado en México D.F., y en su lápida se puede leer:

Manuel Tagüeña Lacorte, Teniente Coronel, Jefe del XV Cuerpo de Ejército de la República Española

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Su libro es a partes iguales de fácil y difícil lectura. Fácil porque narra de forma muy amena su vida del día a día: la muerte, pensamientos varios, su mujer, su familia, la carrera, la lucha, la guerra, el exilio, los problemas cotidianos… Y difícil porque la parte de la las guerras está contada de forma ardua, militar y detallada. De hecho, lo que se lee en el libro no son más que las notas que tomaba día a día durante la guerra.

Tagüeña nos ofrece su visión de una época que se extiende desde la II República (el movimiento estudiantil, las asociaciones, las Milicias Universitarias…) hasta finales de los años 60. Es, pues, un espejo de una historia que en España se prefiere olvidar y por ello  hay que rescatar.

El olvido no es más que el triunfo definitivo del bando vencedor. Por eso, los interesados (Partido Popular, Jueces franquistas, ultraderecha española…) se empeñan en seguir echando tierra a la fosa común donde está enterrada la Memoria.

Desde aquí invito a la lectura de Testimonio de dos guerras como ejercicio de Memoria Histórica. Y es que podrán inhabilitar a jueces, insultar a las familias que pretenden recuperar los cuerpos de sus antepasados llamándolas “asalta tumbas”, lucir sus banderas franquistas cada 20-N en la C/ Génova, Ópera y Cruz de los Caídos, crispar el ambiente político  y social cuando se les llena la boca con la división de las dos Españas, porque nunca podrán borrar la Memoria colectiva mientras nos sigamos informando y definiendo en nuestras cabezas la forma que tomó el viejo enemigo tras la inacabada Transición Española.