Abrió los ojos y casi fue como tenerlos cerrados. Una creciente Luna lejana, un manto de estrellas – ambos colocados a conciencia – eran las únicas luces que salpicaban el cielo más negro que jamás hubo observado. Ni nubes, ni luces artificiales, ni personas u otros animales, ni árboles, ni edificios, ni el sonido del suave rugir del mar que le rodeaba… Él. Inmensidad. Agua. Demasiada agua. Sólo se evidenciaba la realidad cuando la escasa luz procedente de aquel extraño cielo chocaba contra las crestas de alguna que otra ola lejana, y la serpiente dorada desaparecía sin sisear. Silencio: la mayor de las traiciones.
Giró 3600 y lo único que comprobó era que, efectivamente, se encontraba solo en mitad del mar. Chapoteó y el agua saltó desde el mar hasta el aire para volver a caer; no hubo sonido alguno, el ruido no existía. La desesperación le hizo gritar y, esta vez sí, las ondas sonoras se hicieron presentes en aquel mundo donde nada era como debía ser. Sumergió la cabeza – quién sabe con qué fin – y, al abrir los ojos bajo el agua, comprobó que el abismo se había vestido de negro. Gritó mientras las burbujas de aire se perdían en la profundidad en vez de ascender hacia la superficie.
<< ¿Qué está pasando? ¿Por qué estoy en mitad de un mar insonoro? ¿Quién me trajo aquí? ¿Por qué las leyes no son las mismas que en mi vida? ¿Mi vida? ¿Quién soy? No recuerdo nada. >>
La frialdad y la templanza huyeron tras el primer minuto, y ahora los instintos más primitivos están tomando el “control” de la situación. Gritos lanzados contra paredes de aire, movimientos de brazos que intentan alcanzar el cielo, golpes contra el agua, más gritos y más movimientos que nada importan al narrador, al aire y al espacio. Grito ahogado.
Ya ha pasado una hora desde que abandoné a ese personaje en mitad del océano. Las estrellas y la Luna permanecen fijas sobre una tela negra. Él parece que no quiere darse cuenta de que todo es un juego y que el cansancio que siente no es más que una invención para que deje de salpicar estas líneas con cada chapoteo de angustia.
<< ¿Qué hice ayer? ¿Por qué no recuerdo nada? >> No, la primera pregunta que debes hacerte es “qué eres” y no “quien eres”. << ¿Qué soy?>> Exacto, qué es lo que eres. << No lo recuerdo, sólo tengo recuerdos de este mar >> ¿Entonces qué temes perder? ¿Por qué chapotear y gritar cuando no tienes una vida que perder? << Tú me has obligado colocándome aquí, atrapado entre agua y cielo. No tengo escapatoria >> ¡Chapotea!, escribo. Y él chapotea desesperado y pensando que esos golpes van a librarle de mi crueldad como narrador. << ¿Por qué me has creado? ¡Déjame marchar!. ¿Por qué entre agua y cielo? >> También hay tierra bajo el agua. << ¿Muchos metros? >> Los que yo quiera, es parte del juego. ¿Qué piensas encontrar bajo el agua? ¿Una salida? Si es así estás equivocado. No hay salida hasta que yo diga que hay salida. << Dame un punto final, un olvido, un borrador a la basura…por favor. Quiero ser sólo un borrador >> Pides demasiado, todavía no he acabado contigo, puedes darme más, mucho más… << ¿Por qué aquí? ¿Por qué no rico, afortunado…en una casa rodeado de gente? >> Porque son las cinco de la madrugada y el cielo es negro. El aburrimiento me puede y quiero exprimirte al máximo. << ¿Dónde estás? >> Sentado frente a unos papeles, frente a ti. Me visto con ropa seca. << ¡Llévame contigo! >> No, ahora quiero que desesperes un poco más.
Incómodo por las ropas que le dificultan los movimientos, “decide” desnudarse para poder moverse con mayor facilidad. Lanza los zapatos lejos y la ropa desaparece de la escena. Consciente de su carencia de libertad, nada tranquilamente hacia el horizonte intentando no pensar en nada. De repente, un avión rompe el cielo homogéneo con su movimiento.
<< ¡Aquí!, ¡Aquí! >> Grita mientras alza los brazos.
La vida existe a unos cuentos miles de metros, pero esa vida no puede verle porque su figura no es más que una mota de polvo en la inmensidad.
¿No ves que no pueden verte? << Haz que baje>> ¿Un amerizaje? No puedo sustentar eso. << Sí, por favor, haz que me recojan >> No puedo hacerlo. No habría explicación alguna. El piloto no puede informar a los viajeros de un amerizaje si no tiene razones. << Crea razones >> No me interesa, sería introducir demasiado argumento. << Que diga que los motores se han estropeado. Que americe y me recojan >> ¿Y a ti? ¿Cómo te presento? ¿No entiendes que ese argumento es insostenible? << Soy un náufrago>> Es introducir demasiado argumento. Te prefiero a ti solo. << ¡Mátame! >> No. Bucea, escribo. ¡He dicho que bucees! La historia es mía y te ordeno que bucees. << Y yo soy el protagonista y me rebelo. No quiero bucear y no lo voy a hacer. Es más, voy a empezar a escribirte >> No tienes papel. Deja de decir tonterías y bucea. << Usaré mi imaginación >>
Cambio de tiempo verbal.
Me desperté en mitad del océano. A mi lado estaba mi personaje totalmente desnudo. Sus ojos cerrados indicaban que estaba imaginándome en aquel lugar. Moví un brazo, después el otro. Era un muñeco al servicio de aquel personaje rebelde. Grité.
– ¿Se puede saber qué haces? – pregunté al protagonista tras golpearle en la cabeza.
– No he dicho que hagas eso.
– Ignorante…no conoces las reglas del juego. Ahora estamos los dos atrapados en la historia. Ninguno manda sobre el otro.
– Mejor que estar solo…
– ¡No te enteras! Ahora nadie nos podrá sacar de aquí. Somos dos personajes atrapados en una historia.
– Alguien nos estará escribiendo.
– ¿Qué insinúas?
– ¡Piénsalo! Si nadie nos escribe no podemos existir.
– Ya… – dije mientras miraba al cielo que en teoría yo había creado.
– Tú no eres el creador de la historia.
– Entonces por qué el que escribe está haciendo suyas mis palabras con “pregunté”, “dije”.
– Nos quiere engañar, es parte de su juego.
– Yo te estaba creando – dijo el personaje que pensaba ser el escritor – No puedes decirme qué soy o qué dejo de ser.
– Piénsame y destrúyeme.
El “escritor” cerró los ojos e intentó pensarle.
– Haz que levante un brazo – insistió el primer personaje al comprobar que el “escritor” no podía hacer nada.
– No puedo… – dijo finalmente el “escritor”.
– Están haciendo con nosotros un juego de entretenimiento. Habrá alguien, quién sabe dónde, que esté moviendo los hilos de esta historia.
Mantienen silencio mientras yo voy a la cocina a por algo de comer. La madrugada está acabando y las primeras luces del día se atreven a entrar por las ventanas. Mientras preparo algo de cenar-desayunar, pienso, en tiempo futuro, qué será de aquellos dos personajes.
“Escritor” y personaje principal hablarán sobre el oficio de ser personaje. Nunca les había sucedido, así que a lo mejor decidirán disfrutar del momento. Son conscientes de que el punto final llegará en algún momento, y con él una falsa muerte les sumergirá en un documento de ordenador. Tendrán tres posibilidades:
- Si alguien les lee revivirán la misma historia tantas veces como leído sea el relato.
- Ser eliminados del ordenador. Muerte indolora.
- Olvidar el relato. Su vida quedará pendiente de un punto final. Ni revivirán el “pasado” ni tendrán acción futura.
Volví a la mesa y el tiempo verbal cambió de nuevo.
El “escritor” se remojó la cara para despejarse. Notaba cansancio en las piernas y en los brazos; a ello había que sumarle las ganas de comer.
– ¿Sabes si podemos comer algo por aquí?
– Supongo que estás bromeando…
[error de diálogo.Poco atractivo]
– Es un poco aburrida nuestra historia, ¿verdad? – preguntó el “escritor”
– ¿No te gusta?
– No sé. No creo que pueda interesar mucho un relato con dos personas en mitad del océano.
– Depende de cómo lo enfoques.
– No tenemos acción…
La verdad es que los dos personajes se estaban aburriendo con la historia. El personaje principal preguntó:
– ¿Cómo será el que nos escribe?
– No lo sé – contestó el “escritor” sin prestar mucha atención a las palabras escritas.
Poco a poco se fueron separando conforme la luz de la mañana se hacía más intensa. El camión de la basura hace demasiado ruido. El sueño llega, con él el desenlace.
La separación se hacía cada vez más extensa. El personaje principal, desesperado y dejándose llevar por los nervios, se sumergió en el agua hasta que el aire desapareció de sus pulmones. El “escritor” siguió nadando hacia la nada. Me hizo estar orgulloso de él, de su lucha por sobrevivir, pero llegó un momento en que se cansó y gritó “déjame en paz, no quiero seguir con esta absurda historia”.
No voy a ofrecerle el punto final. Abrió los ojos y casi fue como tenerlos cerrados…