La sombra de México D.F.

Hoy me he acordado de Delibes – especialmente del libro “La sombra del ciprés es alargada” – mientras me alejaba en taxi de la que ha sido mi casa los últimos meses.

Lo leí hace unos años, durante el largo verano que separó el instituto de la universidad. El recuerdo que tengo será similar al de todo lector del mismo: amargo.

Delibes nos cuenta la historia de una vida, una vida marcada por las desgracias y la mala suerte (si es que ésta existe), una vida en la que la sombra del ciprés se va haciendo cada vez más alargada conforme pasan los años y las muertes de seres queridos se suceden.
Una de las conclusiones que se saca, al menos la que para mí fue más importante, es que en la vida hay que valorar qué compensa más: si atreverte a conocer gente sabiendo que algún día desaparecerán (muerte, enfado, olvido, distancia…), o por el contrario decides tener el mínimo roce con ellas por no saber si podrás asumir una despedida.

Hoy se ha acabado mi vida en el DF como estudiante. Ahora seré un turista que viene desde Europa para visitar esa Latinoamérica que tanto nos gusta por su gente, por su cultura, por su forma de ser, por su comida, por los contrastes y por su historia. Ahora tengo que transformarme en algo ajeno a este país, en algo ajeno a una ciudad que odié al principio y quise tanto al final, cuando vi que la cuenta atrás había avanzado más rápido de lo esperado. Quizá me comporté como el tipo de gente de la que hablaba antes, ésas que prefieren no encariñarse con nada por miedo a perderlo, y es que sabía que había un final al que me acercaba precipitadamente; cada día el último, cada acción la última…

Sin darme cuenta, empecé a crear un vínculo con la ciudad y con algunas personas que ahora darán sentido a un cariñoso olvido. Vivía en un barrio por el que paseaba y saludaba a algunos de mis vecinos: el señor del gimnasio donde corrí para no respirar el humo de los coches…luego llegó Viveros, también la mejor compañía para correr; la señora de la tiendita, que acabó por saber hasta el jamón que más me gustaba (el peor para algunos, el mejor para mí, el de “cincuenta y tantos pesos el kilo, es que nunca me acuerdo cuál es”); la señora de la vecindad que nos preparaba la mejor cena los viernes y sábados: quesadillas (las mías, las de queso con lechuga y chicharrón); y Guillermo, el “dueño de la fondita”, que nos alimentó durante muchos meses como si de un padre se tratara, acabando por sentarse de vez en cuando a hablar con nosotros sobre la vida, sobre México, sobre sus cinco hijos, sobre su fondita y sus sueños alcanzados.

Esa fue la parte agradable del lugar, la que me duele haber vivido tan poco tiempo y ahora tener que recordar. El otro aspecto, el opuesto, fue la Universidad, la UNAM. Día tras día, mañana tras mañana, clase tras clase sin hablar con nadie. Así es la vida en Ciencias, más en una facultad de Física donde el estrés se huele en cada esquina y el nivel de estupidez supera al de inteligencia. Y así acabé faltando cada vez más para quedarme en casa durmiendo o leyendo o escribiendo aquí. Nadie preguntó por mí, cosa que agradezco porque mi ausencia no se notó y en las notas no se reflejó.

Pero bueno, todo se pasaba cuando volvía a casa y había alguien a quien contar entre risas mi soledad en la facultad y lo extraño que era saludar y no recibir una contestación. Se olvidaba aún más cuando los días se empujaban por llegar cuanto antes al fin de semana, a los noches del DF con sus bailes, sus fiestas, su música, su Capitán Morgan… esos planes improvisados cuando estábamos a punto de irnos a dormir, los viajes en taxi observando al solitario DF de madrugada, las conversaciones de la noche, el no pensar en nada más que en el presente y en la negativa “no estás viviendo México”. Y creo que no, que me faltan meses para exprimir todo lo que la ciudad y su gente pueden ofrecer.

Atrás quedarán los pocos pero buenos amigos, las carreras en Viveros, las cervezas de los viernes en la terraza, las librerías de segunda mano, las largas conversaciones de la cena, el olor a tacos en cada esquina, las ricas-sabrosas-grandes tortas, el olor a sopa de camarón de Insurgentes los días de lluvia, el atractivo miedo a probar la comida desconocida, la sopa (¿para todos?) y el arroz (¿va a ser solo?), la eterna promesa de que al siguiente fin de semana iría a Tula, la soledad en la UNAM, la Ruta9 que tanto tardé en descubrir y que sin ella hubiera dejado definitivamente de ir a clase, la sesión de cine semanal (sin importar la basura que proyectaran), las donas, el chocolate Larín, la paella que tan mal salió, la anécdota de hacer “amigos” el último día de clase, la proyección de La Bella y la Bestia al final de una clase, el perro que se buscaba la cola, las pizzas del Domino’s que acabé por aborrecer, el fin de semana en Valle, las olas de Pie de la Cuesta, los vendedores del metro, el «diez pesos le vale diez pesos le cuesta», la visita al Popocatépetl, las nuevas palabras y expresiones, el eterno debate sobre el doblaje de las películas, cantar Paso a Paso/Todo o Nada en el momento menos esperado, la batería de Todo se derrumbó, Frida y sus arañazos, Kevin (el gorrión callejero que duró dos días y nunca salió de su caja)…

Volveré definitivamente a Madrid para convertirme en el olvido de unos pocos. Las cosas seguirán tal y como yo las viví mientras la vieja vida volverá para no dejarme escapar nunca más. Sólo era ficción. Esto sólo es ficción. México, neta, te quiero.

Le vent l’emportera
Tout disparaîtra mais
Le vent nous portera

5 comentarios en “La sombra de México D.F.

  1. me emociona que te sientas así…
    me emociona este anhelo positivo por lo vivido en estos meses y que hayas conocido a personas que sin ellas saberlo te han conmovido y te las llevas contigo.
    Te fuiste a D. F con todo lo que conllevaba y has ganado…

    dicen que lo vivido si no es compartido parece que no ha existido….

  2. me emociona esa sensilidad tan grande que tienes y no puedo añadir nada para no caer en la melancolía de la vida.

  3. Muy bien escrito, me ha gustado. Durante muchos años «La sombra del ciprés es alargada» fue mi libro favorito.

    Es importante eso que dices de vivir la ciudad, ser parte de ella y entrar en su cultura y la idiosincrasia de su gente. Si coincidimos en algún momento te haré muchas preguntas.

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