Desde que el ser humano descubrió el fuego (y con él la luz, el calor, también el poder) no ha parado de alimentar sus ansias por dominar la energía. Ese ferviente deseo de dominación tuvo un punto de inflexión en los siglos XVIII y XIX con la Revolución Industrial. Los países de la Europa continental y Gran Bretaña a su cabeza mostraron una imagen de bienestar debido al crecimiento que se estaba produciendo. Las fábricas trabajaban, producían a un ritmo vertiginoso mientras los obreros volvían a casa con las manos manchadas de carbón y los pulmones negros. El mundo entero quería ser como Europa, vivir “a todo trapo”, consumir, comprar coches, iluminar sus casas; después llegaron los televisores, los aviones, los centros comerciales con sus aberrantes luces…el capitalismo tomaba como base para su subsistencia la energía. Desde entonces no hemos parado de crecer como si ese fuera el camino correcto. Encendemos un interruptor y por arte de magia la habitación se ilumina, calentamos nuestras casas con radiadores mientras vemos la televisión o utilizamos el ordenador. La energía fluye desde “la nada” hasta nuestros hogares de una forma tan rutinaria que hemos perdido la noción de valor. Y no hablo sólo del valor de la energía, sino del valor natural que destruimos conforme consumimos los recursos del planeta. El 80% de la energía para cubrir las necesidades cotidianas se obtiene gracias al carbón, al petróleo y al gas natural. Su obtención no es tarea trivial, sino que conlleva destrucción y, en ocasiones, desastres naturales.
El consumo de energía no es “malo”, evidentemente, es necesario en tanto en cuanto hace la vida cotidiana más fácil y confortable. El problema surge en el exceso, en querer ir siempre a más como si los recursos para la obtención de energía fuesen inagotables (sin contar la luz solar, el viento…). Según la Agencia Internacional de la Energía (AIE) para el año 2030 la demanda energética se incrementará en un 50%. ¿De dónde saldrá esa energía? Los recursos naturales que utilizamos actualmente son agotables, y las fuentes inagotables no pueden abastecer esa gran demanda. La única solución al problema, en mi opinión, es reducir el consumo energético y hacer una transición hacia las energías verdes, también llamadas renovables.
Francisco José Ynduráin (1940 -2008, catedrático de Física Teórica por la Universidad Autónoma de Madrid) expuso en una charla (El problema energético: ¿podemos prescindir de la energía nuclear?) en la Universidad Complutense de Madrid que la energía nuclear es totalmente necesaria en nuestros días. Esa conclusión es cierta pero no por ello correcta. Si analizamos el problema aislado está claro que necesitamos esa fuente de energía, pero existen factores externos (como la reducción del consumo, la inversión en energías limpias…) que tirarían por tierra la conclusión a la que llegó el profesor Ynduráin. En mi opinión, una conclusión demasiado precipitada debido a que dio una charla sobre algo que no era su campo de investigación.
No podemos caminar cegados arrasando con todo a nuestro paso, utilizando aquello que se nos pone al alcance de la mano. Tardamos 140 años en consumir nuestro primer billón de barriles de petróleo; el dato alarmante es que si seguimos creciendo así, el siguiente billón se consumirá en 30 años. ¿Dónde está el límite? El estado de California en el año 2008 consumió más gasolina que cualquier país del mundo. China no para de poner luces y más luces para incitar el consumo y por tanto el crecimiento económico (la producción eléctrica se cuadruplicó entre los años 1990 y 2006).
El debate no existe porque la verdad – que son los datos – advierte del problema energético que tenemos y de las consecuencias del empleo de energía contaminante. Pero la solución sí que está al alcance de nuestra mano: reducir el consumo y apostar por energías renovables. Dinamarca, por ejemplo, apuesta por energías limpias y en el año 2050 tiene previsto ser el primer país del mundo en ser suministrado únicamente con dichas energías.
La búsqueda de combustibles destruye territorios y vidas. Por ejemplo, en Kingston, Tennessee, en el año 2008 se rompió un muro de contención de un depósito de cenizas de carbón. La marea de lodo destruyó todo lo que se encontraba a su paso, desde cursos fluviales hasta viviendas. También de forma indirecta el tsunami que arrasó con la central nuclear de Fukushima puso en grave peligro a la población y a los trabajadores de la central. Por no mencionar el accidente de Chernóbil, o el desastre en una isla del Prince William Sound (Alaska) que contaminó 2000 kilómetros de costa, o el accidente del Prestige en Galicia…los accidentes y los desastres naturales se suceden unos a otros y parece tabú hablar de ello y plantear alternativas.
Así que así nos encontramos: buscando y rebuscando combustibles como los hermanos Marx en el Oeste buscaban madera. Encontramos madera y nos emocionamos pensando que así sucederá siglo tras siglo.
Los datos han sido recogidos del National Geographic “Edición especial- Energía”