Días de fútbol

Fútbol, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Mi pecado, mi alma.

Dicen que Nerón mandaba matar a aquel que no aplaudiera lo suficiente durante uno de sus espectáculos. Lejos han quedado aquellos tiempos de circos romanos, esclavos, gladiadores, fieras y entretenimiento pasivo desde que se inició una estrategia de despiste que conocemos como panem et circenses, pan y circo. La expresión hace referencia al método que utilizan los gobiernos para adormecer a la población con espectáculos vacíos de contenido pero entretenidos, con diversiones que afloran los sentimientos más mundanos y condenan al espectador a ser esclavo de las luces, el sonido y el ambiente. Perder la identidad como persona, como individuo y convertirse en fragmento de masa es el objetivo. Abandonar la dura individualidad y pasar a formar parte de un grupo es el premio que obtiene el clásico espectador de la vida.

Hoy en día, el concepto de pan y circo engloba demasiados espectáculos, pero hay uno que sin duda se lleva la palma: el fútbol.

El fútbol era un deporte. Hoy es un show, un espectáculo, un circo por el que desfilan niñatos multimillonarios detrás de un balón mientras una masa desnuda sus pasiones a grito en boca. Ya no hay fieras que se enfrenten a hombres, ahora son hombres que se enfrentan a otros hombres, a veces con una ira que parece que defienden unos colores como si de un tesoro se tratara. Y el público grita, y el juego sucio domina en el campo, y los árbitros se enfrentan a los hombres transformados en fieras, y el público se pone en pie para defender lo que menos tendrían que defender.

Desde que el fútbol no es fútbol, los aficionados al show se han visto multiplicados exponencialmente. Nadie entiende por qué hay tantos aficionados al fútbol y no al baloncesto, waterpolo o balonmano, deportes mucho más dinámicos, deportivos y duros. La razón sólo se puede encontrar en lo externo al espectador, en el “es lo que echan por la tele”; y como es lo único que “echan por la tele” se crea una cadena de personas que ven lo que “echan por la tele” y amigos que se unen al eslabón de los anteriores. Así se crea un concepto de grupo dominante frente a otras alternativas deportivas. Conclusión: todo el mundo quiere pertenecer a dicho grupo porque es ahí donde se siente el calor de la afición, donde confluyen sentimientos, y la vida, por momentos, se escapa de sus ataduras.

Cuando algo dentro del sistema capitalista se convierte en fenómeno de masas, se convierte en instrumento de dominación. Si alguien piensa que exagero, sólo tiene que recordar el mundial de fútbol de 2010, cuando prácticamente la totalidad de la población española (le gustase o no le gustase el fútbol) celebró el triunfo de la selección española como si de una revolución se tratara (con lágrimas y disturbios incluidos). Yo no podía parar de sorprenderme por la cantidad de personas que veía con las mejillas pintadas de rojigualda y la bandera monárquica a modo de pareo o capa. Ese patriotismo barato, ese sentimiento de pertenencia a grupo, esos llantos de emoción, esos cánticos intimidatorios eran producto de la venta que habían hecho los grandes medios de difusión del evento deportivo. Conté que durante una semana no se dieron más noticias que las del mundial celebrado en un territorio africano rodeado de personas pudriéndose en la miseria y aficionados que se habían dejado su sueldo mileurista en viajar hasta Sudáfrica. No había más noticias porque no interesaba darlas; la masa ya estaba entretenida con el fútbol, y mejor que fuera así. Durante una semana no hubo estados delincuentes, ni sanguinarios terroristas que pusieran en jaque a los dueños de la paz, ni desastres naturales, ni violencia doméstica, ni muertos en carretera, ni incendios forestales…no, no había nada. El mundo era presentado como un territorio feliz para que pudiéramos salir a las calles – a cortar las calles (cosa que sienta muy mal cuando es por otras razones más lícitas) – y vivir aquel momento (para algunos) histórico.

Hay una parte de la afición que de verdad le gusta ese deporte, como hay gente a la que le gusta la petanca, el tiro con arco o el curling, pero la gran mayoría está ahí por la sensación que produce la pertenencia a la masa. Sin embargo, esa afición, pese a estar un paso por delante, se difumina entre la masa y es imposible distinguirla entre tanto garrulo, más cuando ni siquiera se hacen escuchar reivindicando el regreso del fútbol al campo del deporte. Asumen las reglas del juego (y no me refiero a las del fútbol) y se sientan como simples espectadores frente a una pantalla mientras el negocio y la dominación entran en sus casas, les abren la boca, y dejan que la baba caiga poco a poco…muy poco a poco.

Otro aspecto que detesto del fútbol es que la gran mayoría de los seguidores se aglutinen en torno a las dos grandes empresas: Real Madrid CF y FC Barcelona. Entiendo que un madrileño se sienta identificado con el Real Madrid, o que un catalán lo esté con el Barça, pero desde el momento en que esos equipos están constituidos por jugadores que han sido compramos como chaperos, pierde todo sentido apoyar a un equipo que representa a un territorio. Sería más lógico cambiar los nombres y hacer como en el ciclismo: los equipos llevan el nombre de la empresa que los patrocina. Sería lo justo y coherente. Al margen de nombres, es curioso que todo el mundo sea del Barça o del Madrid, justo los dos equipos que siempre ganan. Es como ver una película en la que sabes que va a ver un final feliz. Esto demuestra lo poco que la afición ama el fútbol. Muchas veces me pregunto: ¿alguien del Madrid/Barça seguiría siendo del Madrid/Barça si todos sus jugadores fueran sustituidos por otros muy malos? Sé que es llevar la situación de compra-venta de jugadores al extremo, pero cuando le haces esta pregunta a un aficionado se queda atascado. Si tu equipo deja de cosechar victorias y empieza a dejar de ser la empresa dominante, perderá protagonismo en los medios, por lo que el calor de la afición será mucho menor, la pertenencia a grupo insignificante, y el fútbol volvería al lugar del que vino, el deporte, con todo lo que ello conlleva. Si sucediese eso, la afición del equipo se reduciría al mínimo: a los que están ahí por pasión hacia un deporte y no por la satisfacción de ser siempre el ganador.

Esto sólo eran unas líneas de desahogo antes de que empiece la Eurocopa. Por suerte, me pillará muy lejos y no tendré que sufrir las dosis patéticas de patriotismo, garrulismo, manolismo y demás ismos. Con poca suerte perderá España. Lo celebraré.