«Melodía mexicana»
Hace unos años entré en una vieja tienda de discos próxima a los cines Renoir, en Madrid. Allí, rebuscando entre tanto vinilo y disco de segunda mano di con un disco que nunca más volvería a ver y que en aquella ocasión no valoré lo suficiente. Su nombre no lo recuerdo, pero sí al intérprete: Lawrence Cecil Adler, más conocido como Larry Adler (EEUU, 1914 – Reino Unido, 2001). Después vinieron años buscando ese mismo disco (incluso en aquella vieja tienda) sin resultado alguno, como cuando tras la lectura de En busca del gato de Schrödinger (hace ya diez años), devolví el ejemplar a la biblioteca de mi barrio y nunca más volví a dar con él, ni en la biblioteca ni en las incontables librerías visitadas desde entonces, y puedo asegurar que en todas lo he buscado, dentro y fuera de España.
Conocí a Larry Adler cuando me dio por tocar la armónica, instrumento que él manejaba como si de una extremidad suya se tratara. Se colocaba la armónica entre los labios y con aparente sencillez se deslizaba de un extremo a otro al tiempo que moldeaba el sonido con la posición de sus manos. Verle tocar en directo debía ser todo un espectáculo visual y sonoro. A nosotros nos quedan algunos vídeos que podemos ver una y otra vez hasta hacerles perder toda espontaneidad.
A Larry Adler no le admitieron en el conservatorio alegando que su oído no estaba hecho para la música. Por eso aprendió a tocar la armónica de forma autodidacta y a los catorce años, si mal no recuerdo, ganó un concurso con tanta facilidad que se marchó de su casa en Baltimore para tocar en locales nocturnos de Nueva York. Tras amenizar durante algunos años las noches neoyorkinas se volvió a mudar, esta vez a Hollywood, contratado por la Metro-Goldwyn-Mayer y la Paramount. Aquel joven que no tenía oído puso música al cine de la mano de Duke Ellington o Fred Astaire. Después llegó el reconocimiento en el mundo del jazz, el blues y de la música clásica.
Larry Adler tuvo que abandonar la famosa tierra de la libertad y las oportunidades por ser de izquierdas. Eligió Londres como lugar de residencia hasta el final de sus días. Allí vivió los mejores años de su vida profesional, acariciando una merecida fama mundial.
Hace tiempo que desistí en la búsqueda de algún disco de Larry Adler. Internet nos ha hecho la vida tan fácil en ciertos aspectos que podemos escuchar la música de cualquier intérprete con sólo poner su nombre en un buscador. Pierde el romanticismo de la búsqueda, es cierto, y también la belleza del fracaso por no encontrar lo que llevas buscando durante años, pero en el fondo ofrece una cultura que podría quedar olvidada con el paso de los años. Por esa razón, enlazo a uno de los discos de Larry Adler, descubierto mientras escribía estas líneas.