Nunca he sido muy amigo de Paul Auster (EEUU, 1947). He leído cosas suyas que me han gustado, como por ejemplo, Mr Vértigo, y otras que no tanto, Brooklyn Follies. En esta ocasión me he encontrado con él en Diario de invierno, su última novela.
Diario de invierno es un texto introspectivo. El lector curioso, amigo de los chascarrillos y de los trapos sucios ajenos, puede meterse en la cabeza de Auster, rebuscar entre sus recuerdos y engullirlos como si pertenecieran a su propia vida. No quiero decir con esto que mi posición sea contraria a la publicación de autobiografías, pero hay ciertos aspectos de una persona que a lo mejor deberían permanecer en uno mismo y no inmortalizados en unas cuentas hojas de papel, aunque cada uno sea libre de desvelar tantas intimidades como guste. No obstante, a mí me resulta incómodo leer ciertas cosas porque me siento como un voyeur, observador de una vida que ni me corresponde mirar ni lo deseo. Quizá por ello dejé el libro hacia el final, cuando la fragmentación de una vida en palabras comenzaba a resultarme aburrida.
Para los lectores habituales de Paul Auster este libro supone un acercamiento al autor. Supongo que les permitirá comprender mejor su obra y las razones que le impulsan a escribir acerca de una serie de temas. Supongo además que Paul Auster siente una liberación cuando expone su vida a los lectores. Y sin embargo, ¿qué necesidad hay en ello? ¿Por qué está bien visto que un autor escriba acerca de su vida, incluso cuando ofrece detalles íntimos? Estas preguntas me recuerdan al caso de Orhan Pamuk que, tras la publicación de Estambul, ciudad y recuerdos, sufrió el alejamiento de su familia.
Cada uno es libre de escribir lo que le venga en gana, de desnudar sus recuerdos ante el mundo entero y recibir un efímero aplauso que no llene el vacío dejado tras los recuerdos escritos. Ese aplauso sería más gratificante si sucediese a un texto no sustentado en la necesidad del detalle para atrapar al lector.
No hay necesidad de desposeerse de la vida privada en nombre de la liberación porque detrás de ese ejercicio no se esconde más que una infantil autoafirmación. Escribir sobre uno mismo hasta el punto de ofrecer todo al lector no convierte al autor en escritor, sino en preso de una literatura terapéutica.
A pesar de todo, Diario de invierno es una novela bien escrita, que transmite, que te hace sentir lo que su autor sintió en el recuerdo que te está mostrando. No sigue una línea argumental cronológica, sino que va mezclando el pasado lejano con el más cercano, consiguiendo con ello unas memorias atípicas y realmente originales.