México insurgente

En 1913, John Reed (EEUU, 1887;Rusia, 1920) atravesó la frontera de México con Estados Unidos para realizar un reportaje sobre la lucha armada en México. La razón de ese levantamiento armado fue el asesinato de Francisco I. Madero y el cuartelazo de Victoriano Huerta. El resultado de ese levantamiento: la Revolución mexicana. El resultado del año y medio que estuvo Reed en México: unas crónicas que acabaron por convertirse en libro, México insurgente.

Cayó de casualidad este libro en mis manos cuando ojeaba unos libros en una librería de México DF. Conocía a Reed por el magnífico documento histórico Diez días que estremecieron al mundo, pero desconocía que tuviese un libro similar de la Revolución mexicana. Después de haber leído esas crónicas de la Revolución rusa, supuse que México insurgente estaría al mismo nivel. Me equivoqué.

Partiendo de que las crónicas las escribió cuando tenía veinte y pocos años, y que sólo el hecho de escribirlas y haber salido vivo del norte de México provoca admiración, el libro cojea hasta el punto de llegar a aburrir al lector. Supongo que el error reside en haber aglutinado todos los artículos en un mismo libro que hay que leer de principio a fin como si hubiese sido escrito con ese propósito.

Lo más arduo de todo es la sucesión de nombres de soldados, peones, campesinos…que no vienen al caso y que despistan al que intenta seguir un orden en el texto. Es cierto que se puede leer (y en muchas ocasiones resulta agradable leer las palabras en primera persona de un observador de la Revolución) sin morir en el intento, pero hay que hacerlo de forma continuada y dedicándole tiempo. También conviene conocer algo de la historia mexicana de aquellos años porque si no resultará imposible seguir las palabras de Reed.

El libro comienza muy flojo (la llegada de Reed al norte de México y su primera toma de contacto con las tropas insurgentes), difuso y no muy ubicado. Después alcanza un nivel más que aceptable con los artículos dedicados a Pancho Villa (es a mi gusto la mejor parte del libro); pero vuelve a decaer con el relato de la cotidianidad de los días.

He cargado demasiado «en contra» del libro no porque me haya parecido malo, sino porque esperaba mucho de él, más que una sucesión de artículos sobre sus días en el ejército. Por eso seré cauto y diré que lo leí en distintos viajes en autobús, muy cansado y con más ganas de acabarlo que de disfrutarlo; así que es probable que ese ambiente no haya ayudado en llevarme un buen recuerdo del libro.

Para acabar, quiero dejar una breve pero perfecta descripción del sueño de Pancho Villa realizada por el propio Villa en una de las conversaciones que mantuvo con Reed. Lo hago no sólo porque me parezca brillante, sino porque a un día de las elecciones presidenciales en México, conviene recordar como un casi analfabeto definió sin darse cuenta lo que debe hacer un político (no gobernar) y lo que el pueblo debe aspirar a ser (dueño de sí mismo).

EL SUEÑO DE PANCHO VILLA

No deja de ser interesante conocer el apasionado ensueño, la quimera que anima a este luchador ignorante «que no tiene bastante educación para ser presidente de México». Me lo dijo una vez con estas palabras: «Cuando se establezca la nueva república, no habrá más ejército en México. Los ejércitos son los más grandes apoyos de la tiranía. No puede haber dictador sin su ejército. Pondremos a trabajar al ejército. Serán establecidas en toda la república colonias militares formadas por veteranos de la revolución. El Estado les dará posesión de tierras agrícolas y creará grandes empresas industriales para darles trabajo. Laborarán tres días de la semana y lo harán duro, porque el trabajo honrado es más importante que el pelear y sólo el trabajo así produce buenos ciudadanos. En los otros días recibirán instrucción militar, la que, a su vez, impartirán a todo el pueblo para enseñarlo a pelear. Entonces, cuando la patria sea invadida, únicamente con tomar el teléfono desde el Palacio Nacional en la ciudad de México, en medio día se levantará todo el pueblo mexicano de sus campos y fábricas, bien armado, equipado y organizado para defender a sus hijos y a sus hogares. Mi ambición es vivir mi vida en una de esas colonias militares, entre mis compañeros a quienes quiero, que han sufrido tanto y tan hondo conmigo. Creo que desearía que el gobierno estableciera una fábrica para curtir cueros donde pudiéramos hacer buenas sillas y frenos, porque sé como hacerlos; el resto del tiempo desearía trabajar en mi pequeña granja, criando ganado y sembrando maíz. Sería magnífico, yo creo, ayudar a que México fuera un lugar feliz«.

(Capítulo VII de la II parte)