Estaba tardando en escribir una entrada sobre el autor de uno de los mejores libros que he leído: Los Miserables, de Víctor Hugo.
Podría escribir sobre otros autores cuyos libros me han impactado más, pero es la historia de las hijas de Víctor Hugo la que me lleva a dedicarle unas líneas.
Francés, nacido el 26 de febrero de 1802 y fallecido el 22 de mayo de 1885. Escritor de mente turbulenta, romántico, poeta, político reformista, dramaturgo, intelectual respetado y admirado…Rudo, serio y vigoroso; su físico no encaja con la sensibilidad de sus novelas y poemas. El ritmo de su vida, dedicada a la política, siempre estuvo marcado por sus libros, discursos y poemas. Aclamado por el público, político humano (y no por ello irracional), apoyado por el pueblo cuando Napoleón III cayó y pudo regresar de su exilio, elegido diputado para posteriormente desencantarse de la política. Por sus venas corría el romanticismo francés, las calles, los cafés, las discusiones de política, los desgraciados, los olvidados…Justo y humano, observador , supo representar la sociedad de su época a través de personajes conmovedores – como el bueno de Jean Valjean – ,y agradables historias como la narrada en Nuestra Señora de París.
Su vida, salpicada por las injusticias sociales y la tensión de la política, tuvo dos momentos cruciales: el fallecimiento de su hija, Léopoldine, y el desequilibrio mental de Adéle.
Léopoldine murió en 1843. No había pasado ni medio año desde su boda cuando un paseo en bote por el Sena acabó con su vida. Se cayó al agua y, pese a los intentos de su marido por ayudarla, murió ahogada. Me contaron un día que su marido al no poder hacer nada se tiró por la borda y se ahogó con ella. Ignoro si es cierto, aunque me parece que tiene bastante sentido.
Víctor Hugo quedó profundamente marcado por esa desgracia, dedicando por ello muchos poemas a su fallecida hija (el cuarto libro de Les Contemplations). El más conocido es Demain, dès l’aube
Demain, dès l’aube
Demain, dès l’aube, à l’heure où blanchit la campagne,
Je partirai. Vois-tu, je sais que tu m’attends.
J’irai par la forêt, j’irai par la montagne.
Je ne puis demeurer loin de toi plus longtemps.
Je marcherai les yeux fixés sur mes pensées,
Sans rien voir au dehors, sans entendre aucun bruit,
Seul, inconnu, le dos courbé, les mains croisées,
Triste, et le jour pour moi sera comme la nuit.
Je ne regarderai ni l’or du soir qui tombe,
Ni les voiles au loin descendant vers Harfleur,
Et quand j’arriverai, je mettrai sur ta tombe
Un bouquet de houx vert et de bruyère en fleur.
Mañana, al alba
Mañana, al alba, al tiempo que en los campos aclara,
partiré. Ya lo ves, yo sé que tú me esperas.
Caminaré los bosques, las montañas severas.
Ya no resisto el tiempo que de ti me separa.
Andaré, pensativo, puesta en ti la mirada,
sin oír lo que llama, sin ver lo que fulgura,
solo, oscuro, encorvado, con las manos cruzadas,
triste, y para mí el día será la noche oscura.
No miraré ni el oro que la tarde derrumba
ni las velas que al puerto van con lejano amor.
Y cuando haya llegado pondré sobre tu tumba
ramos verdes de acebo y de brezos en flor.
Traducción de Alejandro Bekes
Adèle no falleció pero tuvo peor suerte. Enamorada hasta la obsesión de un militar francés, le siguió por medio mundo pese a no ser un amor correspondido. Cambió de nombre, mintió a sus padres acerca de su rechazo, se declaró una y mil veces hasta que el militar se casó con otra mujer. Amargada y deprimida acabó viviendo aislada sin que sus padres supieran donde, hasta que una mujer, al darse cuenta de quien era Adèle, se puso en contacto con Víctor Hugo. Murió a los 85 años de edad en un asilo, sola y loca.